jueves, noviembre 21, 2024
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«Sale buen pan de la harina que se muele aquí»: El molino de piedra impulsado por agua que ha sobrevivido a varios siglos en el norte de Ecuador

En la comunidad San Luis de Ichisí, ubicada en el cantón (municipio) Pedro Moncayo, de la provincia de Pichincha, al norte de Ecuador, reposa —y funciona— un antiguo molino de piedra hidráulico, conocido como ‘El Kucho’, que es accionado por la fuerza de una vertiente de agua que atraviesa el lugar. 

Según dicen sus dueños, los esposos Julián Cacuango y María Dolores Quimbiamba, es el único molino de este tipo que queda en el norte del país; hacia el centro y sur hay otros, como los ubicados en las comunidades San Lorenzo, Santiago y San Pablo Atenas de la provincia de Bolívar, o el de Charqui, en Azuay.

La fecha exacta del origen del molino ‘El Kucho’, o ‘Cucho’, es desconocida, sin embargo todos coinciden en que ha sobrevivido a varios siglos. Cacuango señala que data de 1560, de la época colonial, es decir, hace unos 461 años atrás; su esposa indica que tiene unos 325 años; y hay reseñas locales que señalan que es de mediados del siglo XIX.

El molino está dentro de una casa de paredes de adobe, que Cacuango ha mantenido en buen estado, a unos metros debajo de la vivienda familiar. A un costado hay unos puentes, donde se puede observar la corriente de agua y, además, la cría de truchas que tienen en el mismo terreno.

El mecanismo

El molino está compuesto por dos enormes piedras redondas, de aproximadamente 1,30 metros de diámetro por 10 centímetros de espesor —antes eran más gruesas pero se han ido desgastando—, ambas perforadas en el medio para dar paso a un tubo.

La piedra inferior permanece firme y está asentada sobre una plataforma cuadrada, tiene unos surcos que facilitan la salida de la harina que resulta del proceso; y sobre ella está otra piedra, que tiene un agujero por donde se entran los granos para moler, esta es la que se mueve.

Arriba de las piedras está la tolva, una especie de embudo gigante, en forma de pirámide invertida, donde se echa el grano y tiene capacidad para un quintal (100 kilos). Bajo esta está la canaleta, donde llegan las especies y luego pasan al orificio que tiene la piedra.

Junto a la canaleta está un palo, ubicado de manera oblicua, que hace contacto con la piedra superior; cuando la roca gira, el palo vibra, toca la canaleta y hace que caigan los granos de manera ordenada para ser molidos, pero si lo levantan dejan de caer.

El tubo que está conectado a las dos piedras, pero que hace mover solo a la de arriba, desciende bajo la casa y tiene unas aspas en la parte inferior, donde recibe la fuerza del agua y hace girar el molino.

El agua es de una quebrada que proviene del páramo andino, que desemboca en el río Pisque; a esta no le permiten el paso constantemente bajo la casa y, por tanto, el molino no está funcionando de manera continua. En la parte de arriba de la construcción hay una compuerta que se abre y se cierra cuando es necesario llevar a cabo la molienda; esta era de madera, pero «como vive día y noche en el agua», comenta Quimbiamba, «se pudría y se hacía bien pesada», tanto que ya a ella se le dificultaba levantarla, por lo que decidieron ponerle una de metal.

Para consumo humano y animal

«Desde siempre y hasta ahorita mismo se muele el trigo, el maíz mezclado con cebada, la cebada, el morocho (un grano de mazorca de maíz mote, de color blanco, muy duro), la chuchuca (maíz a medio madurar), la jora (maíz germinado)», detalla Quimbiamba.

La diferencia entre el pasado y el presente es que ahora son muy pocas las personas que acuden por el servicio de la molienda, porque ya procesan sus granos en molinos con tecnologías más recientes, de diferente motores. «Mucha gente venía, en caballos, por chaquiñanes (caminos rurales) porque no había carretera, muchos se quedaban a dormir aquí para esperar su turno para moler», rememora la entrevistada.

En la actualidad van hasta el molino de agua ‘El Kucho’, dice Quimbiamba, los que ya saben de él y de sus beneficios, como el sabor y la duración en buen estado de la harina; y a cada interesado en moler le cobran dos dólares por cada arroba (25 libras o 11,33 kilos).

«Dicen que la harina es más suave que la que se muele en molinos de motor; además, esta sale fría, a diferencia de la otra que sale caliente y casi ni las manos la aguantan. También, dicen que sale buen pan de la harina que se muele aquí; y que esta aguanta un tiempo mucho más largo (en cuanto a caducidad)», enfatiza.

La harina que queda como resultado de este proceso de molienda es para consumo humano y animal. La familia de Cacuango y Quimbiamba, por ejemplo, muelen para darle de comer a sus chanchos (cerdos) y también para conseguir harina para hacer tortillas y pan.

Con esto también elaboran la «máchica», una harina que se obtiene de la molienda de los granos tostados de la cebada andina y se puede consumir cruda, hervida o asada.

En su caso, el proceso para obtener sus alimentos es completo, puesto que ellos mismos siembran el trigo, la cebada, el maíz, entre otros; lo cosechan y luego muelen la cantidad que necesitan para su consumo o el de sus animales. No hay químicos, conservantes ni preservantes de por medio.

En el 2018, tras hacerle unos arreglos a la casa que alberga al molino y a sus alrededores, se inauguró la ruta turística del cantón Pedro Moncayo hacia este molino ‘El Kucho’, que está a unos 15 minutos, aproximadamente, en auto del centro poblado de Tabacundo, la capital municipal.

Cacuango, Quimbiamba y su familia están prestos a recibir a quienes quieran conocer esta reliquia que, incluso, es interactiva, porque les permiten experimentar del proceso de molienda.

Edgar Romero G.

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