viernes, abril 19, 2024
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Cómo una cooperativa de quilombolas logró mantener sus ingresos en pandemia distribuyendo alimentos en una favela de Sao Paulo

Al menos 116,8 millones de brasileños sufrieron algún tipo de inseguridad alimentaria durante los últimos meses de 2020 y, entre ellos, 19,1 millones pasaron hambre.

Tres horas y media es el tiempo que se tarda en coche desde el frondoso y paupérrimo Vale do Ribeira hasta la favela de Jardim São Remo en Sao Paulo. Un vez al mes, un camión hace este recorrido de madrugada para descargar 12 toneladas de comida que alimentan a unas 2.000 familias en situación de vulnerabilidad. 

Los vecinos aguardan en fila para poder recoger los plátanos, aguacates, naranjas, calabazas, papayas o yuca, entre otros muchos productos. Se debe cumplir un único requisito: una bolsa por familia. 

Las neveras se llenan gracias a un proyecto puesto en marcha en 2020 entre la Cooperativa de Agricultores Quilombolas del Vale do Ribeira (Cooperquivale), en el estado de Sao Paulo, y la Asociación de Vecinos de Jardim São Remo.

«Aquí la gente ya tenía dificultades para comer antes de la pandemia, pero el coronavirus empeoró todo y puso todavía más en evidencia la vulnerabilidad que existe en la favela», comenta Luiz Marcos do Santos Silva, uno de los vecinos que se encarga de distribuir los alimentos que llegan de la cooperativa. 

Con la llegada del covid-19, que ya ha dejado más de 534.000 muertos en el país, han sido varias las asociaciones movilizadas para ayudar a las favelas. 

Pero la iniciativa con la cooperativa quilombola –comunidades integradas en su mayoría por negros descendientes de esclavos e históricamente marginadas– tiene un doble objetivo: mantiene la producción y los ingresos de los paupérrimos quilombos y ayuda a las personas que pasan hambre.

Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que un 23,5 %, 49,6 millones de brasileños, vivieron algún tipo de inseguridad alimentaria entre 2018 y 2020, lo que supone un aumento de un 5,2 % frente a 2014 y 2016, último periodo analizado.

En abril, otro estudio de la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional apuntó que al menos 116,8 millones de brasileños sufrieron algún tipo de inseguridad alimentaria durante los últimos meses de 2020 y, entre ellos, 19,1 millones pasaron hambre.

Agricultura ancestral 

Vale do Ribeira, se encuentra en medio de la Mata Atlántica, uno de los seis biomas de Brasil. En esta región viven casi 460.000 personas y es considerada una de las áreas más pobres del estado de Sao Paulo. 

Las comunidades quilombolas que viven en este lugar se mantienen por medio de la agricultura y emplean un sistema para trabajar la tierra basado en sus conocimientos ancestrales.

«Va más allá del simple cultivo. Es un conjunto de prácticas y conocimientos agrícolas, ecológicos, sociales, religiosos, lúdicos (…) representa la resistencia del pueblo negro que maneja la mata atlántica con sabiduría desde hace más de 300 años en esta región», explica Andressa Cabral, del Instituto Socioambiental (ISA), una de las entidades que ha hecho posible el proyecto con las favelas. 

En un intento de estimular la comercialización de los productos quilombolas, en 2012 nació la cooperativa Cooperquivale, compuesta por 267 personas de 16 comunidades. Antes de la pandemia, distribuía su mercancía en las escuelas en el marco de un programa gubernamental.

Pero llegó el covid-19, los colegios cerraron y todo se tambaleó poniendo en riesgo la supervivencia de las comunidades al ver mermados sus ingresos.

Red de distribución

«Tras suspenderse las entregas de alimentos, observamos la aprensión de los socios de Cooperquivale. Sentían impotencia, porque tanto sus ingresos como el mantenimiento de la cooperativa dependían casi exclusivamente de las ventas realizadas en los mercados institucionales. Además, todos los alimentos producidos en las cosechas tradicionales no tenían salida», recuerda Cabral.

Al mismo tiempo, los habitantes de las favelas comenzaron a sufrir inseguridad alimentaria y fue cuando surgió la idea de comprar alimentos a los quilombos y donarlos a las comunidades necesitadas.

El instituto ISA y otras entidades no gubernamentales crearon una campaña de recaudación de fondos en la que participó la compañía de almacenes brasileña Magazine Luiza y organizaciones internacionales como la Unión Europea o la fundación Good Energies. 

«Llevar nuestra comida a las favelas ha sido una satisfacción muy grande, porque sabemos que hay muchas personas necesitadas», afirma Rosana Dos Santos, coordinadora de Cooperquivale. 

Rosana tiene 52 años y lleva 45 trabajando la tierra. «Amo el cultivo. Escucho a mucha gente decir que trabaja por necesidad, pero en mi caso son las dos cosas. Me gusta y lo necesito», asegura.

El éxito de la iniciativa planteó la posibilidad de convertirla en una política de abastecimiento para algunas zonas periféricas de Sao Paulo, con precios accesibles para los residentes y con una remuneración para los agricultores quilombolas.

Comenzaron a surgir nuevos proyectos como ferias locales y entregas de cestas de comida con la participación de colaboradores como la Coalición Negra por los Derechos, que lanzó la campaña «Si hay gente con hambre, ¡da de comer!». La cooperativa realizó la primera entrega el pasado 3 de julio y repartió 1.060 cestas de alimentos. 

«Para nosotros es fundamental poder distribuir los alimentos y ayudar a la gente», asegura Rosana.

Marta Miera

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